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UnknownHoy vengo a hablar de Dostoyevski. Crimen y castigo es en esencia una novela negra en la que el criminal es el protagonista. Su lectura es inquietante, e incluso desesperante. El autor ruso consigue que el lector se identifique con el personaje, quien, por cierto, es un soberano cretino. El lector lo sabe, lo reconoce, pero no puede evitar ponerse de su lado e intentar salvarlo.

Las más de 800 páginas de este novelón del siglo XIX, caen con la avidez con la que se podría leer una novela actual, porque la estupidez del ser humano continúa siendo la misma. Aquí dejo un comentario de uno de sus personajes que pone la piel de gallina:

«Hay casos en que a las mujeres les gusta horrores que las maltraten aunque den muestras de indignación (…). Al ser humano, en general, le gusta horrores que le maltraten».

Crimen y castigo introduce muchos ingredientes, pero deja el sabor de boca de una sopa de pobres hecha con patata y arroz. El vapor de la sopa y el del té de samovar (el infiernillo típico ruso) se encuentran desde el comienzo hasta el final de la novela.

La sopa que le sirve la vecina el ex-estudiante, porque ya no tiene para pagarse ni los estudios, ni el vestido ni la comida, la sopa que prepara una madre de familia en desgracia a sus tres hijos y la sopa carcelaria, esa a la que no le hace ascos porque:

¿Y que le importaba la mala comida, la sopa de repollo aguada y con cucarachas? En su vida anterior, cuando era estudiante, a menudo ni siquiera había tenido eso».

Crimen y castigo también deja el retrogusto de una comida de exequias preparada por una familia pobre malgastando el dinero en honor del padre alcohólico muerto:

«No había vinos de diversas clases ni en gran cantidad, ni tampoco vino de Madera; pero alcohol sí había: vodka, ron y vino de Oporto, todo ello de la más baja calidad aunque en cantidad suficiente. Además de los consabidos pastelitos de arroz y uvas pasas, había tres o cuatro platos (entre ellos tortitas de sartén)».

La comida de exequias acaba en drama y en toda la novela el lector se siente como quienes malviven en sus páginas en «cuartos estrechos» que «oprimen la mente y el alma».

De esto no hay sopa que reconforte. Quizás por ello, el autor de Crimen y Castigo deja una puerta abierta a la esperanza recordando «la historia de la continua renovación del género humano». Confiemos en ella, aunque sea acompañada de sopa pobre de arroz y patata.