Archivos de la categoría ‘Novela negra gastronómica’

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Yo fui Johnny Thunders de Carlos Zanón es una novela que sabe a moho. El mismo que nace descontrolado en una masa madre pasada y mal cuidada, que es luego inevitable en el pan aunque esté recién horneado. Si la madre, esa levadura natural, está enmohecida, de nada vale haber amasado con mimo. La levadura son hongos blancos, pero los que saben mal son negros.

De nada le vale tampoco a Francis/Mr Frankie cambiar de vida volviendo al barrio. Tampoco a Marisol, su hermanastra y para mí verdadera protagonista de esta novela de Zanón en la que el tema principal es la violencia machista que hace primero que la humillen por haber sido hija parida por una puta, lo que parece daba más derecho al padre de adopción a violarla con el consentimiento de su mujer.
Ese moho que no permanece huya a donde huya, vaya al hombre que vaya durante ya su vida adulta.
El moho de la fruta pasada que consumen padre e hijo y el moho que se adivina en unos yogures caducados cogidos en la refriega de la basura de un supermercado entre los que ya poco tienen para comprar.
También me sabe a moho el desamparo de una víctima de violencia de género:
«Las visitas pasada la novedad, dejaron de acudir. La policía igual. Muchas preguntas y mucho darle vueltas a lo mismo, pero desde hacía días, nada. ¿A quien le importa lo que le haya podido pasar a una mujer que se ha liado con un moro? ¿Es que no aprenderán nunca?»
La vida de un héroe de barrio gracias a la música, un yonkie, que falla a todo el mundo y a sí mismo.
Las palabras de esta novela se deslizan como los dedos por las cuerdas de una guitarra. Qué bien escribe Zanón, oiga.

Unknown

Black, black, black (2010) es la primera novela del detective Zarco, un dandi, gay con querencia por los jovencitos como Olmo, frío asesino de mariposas. Zarco ironiza por no ser uno de esos detectives de Cosecha Roja o Adiós muñeca. No bebe litros de whisky y el sentido del humor es su aliado. Come en casa del sospechoso croquetas de jamón y merluza en salsa verde y la única pista que encuentra son los rastros de harina entre los anillos de la señora de la casa. Las croquetas son caseras.

Se enamora del asesino y solo gracias a la intervención de Paula, su ex-mujer, puede resolver el caso y cobrarlo.

Este fin de semana conocí a Marta Sanz en la Feria del Libro de Fuerteventura. Por supuesto, le hablé de Zarco, del que dos años después sacó Un buen detective no se casa jamás. Me dice que no volverá al género negro y que no se encontró demasiado cómoda en el ambiente de escritores de género. Y no me extraña. Su propuesta es una sátira de la novela negra un detective que no hace su trabajo. Un dandi y un seductor. La perdedora es Paula, su ex-mujer que siente el frío de la soledad y su cojera como el lastre de su vida. Al rato se retracta y me dice, bueno, a lo mejor recupero a Paula. Mola.

Marta vive el Madrid y en su Black, black, black se nota sobre todo por esta definición de «una cafetería de las de siempre en Madrid»:

«La barra con los bordes metálicos. Taburetes altos con reposapiés. Las bandejas redondas y brillantes. Por la ranura central de los achaparrados servilleteros, también metálicos, asoman servilletas de papel, a veces decoradas. Ceniceros de vidrio basto, arañado, y los palillos en el palillero cilíndrico. Cajas registradoras. La televisión encendida. Echan deportes. Los camareros, casi siempre de mediana edad, llevan chaquetilla y pajarita. Fuman escondiéndose detrás de la barra. Matan la pava y salen disparados para atender al público. El escenario se diseca alrededor de los camareros: ellos son los únicos que envejecen entre el menaje y el cartel de reservado el derecho de admisión. Máquinas expendedoras de tabaco y a veces tragaperras. Tazas y platillos de loza blanca con un filo azul o rojo donde se escribe el nombre de la cafetería. Posavasos. Dos hielos y rajita de limón. Panchos para acompañar la caña de cerveza. Detrás del mostrador, la lista con la selección de bocadillos: calamares, morcilla, tortilla española, cinta de lomo sola o con queso, beicon con queso, pepito de ternera, jamón serrano, salchichón, chorizo. Los imprescindibles. Debajo los sándwiches: mixto, vegetal y mixto con huevo. Y las raciones: aceitunas, patatas bravas y alioli, oreja con tomate, callos, lacón con grecos, patatas con chistosa, pimientos fritos, boquerones en vinagre, ensaladilla rusa, mollejas, pulpo a feria… Contra la pared se apoya la silueta en contrachapado de un cocinero gordo cuya barriga es una pizarra sobre la que se escribe el menú: dos primeros, dos segundos, bebida, café o postre a elegir».

Sin embargo no es ese el sabor que queda en la novela, tampoco el de las croquetas. Lo que queda de Black, black, black son los efluvios que suben del patio de vecinos de papillas asquerosas, alubias con chorizo, guisos modestos y sopas de sobre. El mejunje de un vecindario asesino. Y es que así son a veces las novelas negras, no plato gourmet sino plato de realidad a veces no demasiado agradable.

 

 

Unknown

Paco Gómez Escribano dice que es un autor que apenas introduce la gastronomía en sus novelas negras. Sin embargo, Lumpen —la novela que escribe con Luis Gutiérrez Maluenda— huele a croquetas recién hechas y sabe a cocido madrileño. En la retina, la anchoa, el aperitivo que levanta la moral al detective Lucky, protagonista de esta novela-crónica de un barrio como Canillejas, donde la droga y el alcohol han hecho sus estragos.

Mucha birra y mucho DYC se trasiegan en las páginas de “Lumpen” y algún que otro vino y vermú.

La Anchoíta y Los Gatos, dos clásicas tabernas del centro de Madrid son lugares habituales de la novela, a las que se suman la bodega del Rico y otros garitos de Canillejas. Aparece algún que otro bar de menú del día, que Lucky elige sin demasiado acierto:

“La comida era sosa y saludable: ensalada de atún con poco atún y ragut de ternera con poca ternera. (…) Salí triste y hambriento y me fui a casa a echar la siesta”.

Entre las tabernas más míticas de Madrid que salen en la novela está Casa Julio, un sitio reconocido por sus croquetas caseras, pero que sobre todo es famoso porque allí U2 se hizo durante varias horas una sesión fotográfica entre croquetas, café y una copa de vino.

Lo más cachondo es que la gastronomía entra en esta novela hasta por la nariz. Un menda al que llaman el Pimienta para desengancharse de la heroína se enganchó al picante.

“Esnifaba rayas de pimentón picante, se lo comia a cucharadas y masticaba guindillas. Un buen día decidió que aquella no era una forma seria de vivir y decidió firmemente desengancharse del picante. Lo consiguió enganchándose de nuevo a la heroína”.

La novela arranca con Lucky buscando un bar para comer. Con tan mala suerte que al que entra se le habían acabado los garbanzos del cocido. Toda una metáfora de la propia vida del detective que se le hace tarde para ligarse a una piba que le caliente la cama aunque sea una noche y que ya llegó tarde para salvar a su colega de un pico envenenado.

En La Daniela Medinaceli, otra de las tabernas castizas que frecuenta el detective alrededor de su agencia, tienen como especialidad el cocido, pero donde se lo va a tomar es a casa de su madre. Aunque de postre, ya se sabe, lo de todas las madres:

“El cocido estaba de vicio, pero los problemas vinieron después de comer porque mi madre tenía otra aspirante a aliviar mi solitaria y triste vida de soltero”.

Y como madre no hay más que una, vuelve a salir en la novela con acertijo alquímico incluido:

“Decidí ir a comer a casa de mi madre, la vieja estaría contenta y yo comería bien. Todas las madres hacen unas croquetas cojonudas, no esa mierda que viene empaquetada con una etiqueta de colores. Al parecer hay una conexión esotérica entre croquetas y maternidad”.

El detective no profundiza en esa conexión esotérica, pero a mí me ha dado qué pensar. Y es que la maternidad y hacer croquetas tienen el mismo denominador común: la paciencia, la espera y la dedicación.

Siguiendo con lo filosófico-religioso, Lucky regala otra de sus grandes frases:

“Si Dios, con la mejor de las voluntades ha creado los alimentos y el apetito, no veo yo razón para ofenderle no comiendo”.

Y el detective no se priva de nada y priva de todo:

“Tomé un bocadillo de jamón en el Mesón Madrid Jabugo I y un par de vinos. El jodido jamón se dehacía en la boca. El vino ya te lo servían deshecho”.

En una freiduría se va a zampar entresijos y gallinejas, dos de los protagonistas de la casquería madrileña en franco retroceso, tanto como las croquetas hechas por la mano de una madre.

Para saber más de Paco y su cocina literaria podéis leer un artículo en Fiat Lux, una revista del género negro en la que colaboro y donde el autor da su receta de cocido. Me sorprende que empiece por la sal, que fue justo en lo que me quedé corta cuando reproduje la receta. Leer Paco Gómez Escribano y el cocido.

El escritor griego Petros Márkaris en Madrid. Encuentros sobre la novela negra. El chef ha muerto.

El escritor griego Petros Márkaris en Madrid. Encuentros sobre la novela negra. El chef ha muerto.

Escuchar a un autor es fundamental para entender completamente su obra. Este sábado en Madrid, el autor griego Petros Márkaris contó en el Encuentro sobre la novela negra actual: La sociedad es así cómo crea sus personajes y por qué son como son las historias que cuenta y qué es lo que más le importa de la novela negra.
Para él, la novela negra está inventada desde Edipo Rey, aunque fue Conan Doyle el que añadió lo que el escritor griego llama «Principio del Quijote». Al igual que el caballero medieval iba de una ciudad a otra buscando al malvado y haciendo justicia, el detective o el policía van de novela en novela buscando al asesino y haciendo justicia. Es por este motivo que Markaris asegura que no le despierta interés leer a Nesbo, en cuyas novelas no se encuentra este principio de justicia.
Tampoco le convence la novela nórdica en la que solo se come pizza y se bebe cerveza. Para Markaris autores como Camilleri, Izzo, Montalbán y él mismo proceden de familia con gusto, así que «somos gente con gusto». Defiende la importancia del papel que juega la cocina en sus novelas, porque sus historias parten de contar lo que ocurre alrededor de una pequeña familia hecha de personas decentes y normales en Grecia. Y «la preservación de la familia está en sentarse a la mesa alrededor de buena comida».
Márkaris compartió además algunos pasos de su personal receta para escribir:
1. Tomar distancia para la observación ( lo aprendió de Brecht).
2. Crear personajes a partir de personas que conoce (Adrianí la esposa del policía Kostas Jaritos es su madre).
3. «Nunca sé quién es el asesino porque nunca sé más que el protagonista».
4. Contar de forma llana la historia en la que también se encuentra la opinión de un hombre honesto griego como Kostas Jaritos.

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La última novela de Xabier Gutiérrez (la segunda de la que prevé sea una tetralogía de novela negra gastronómica), El bouquet del miedo impregna de aroma al lector. Lo curioso es que las persistentes notas no son las de un vino, sino las de un perfume. Parece que es uno de los más caros del mundo, se llama Shantali. Sándalo, nardo, vainilla, almizcle, ylang-ylang y nerolí, que es el aceite esencial extraído de la flor del naranjo amargo. Una suma de aromas delicados que huelen a fracaso.

En esta novela se habla de dos asesinatos a mujeres, los dos por el mismo motivo, pero uno en la actualidad y otro en los años 60 del pasado siglo. Desde mi punto de vista, el mismo fracaso de siempre, el del machismo. No obstante, en la novela no se aborda esta cuestión.

Vicente Parra, el ertzaintza protagonista de esta saga, junto con su familia, saborean los higos maduros del final del verano, rellenos con foie-gras y avellana (gracias al chef de la casa, el hijo, Alberto Parra). También la extraña familia propietaria de una bodega de prestigio en Laguardia tienen ese sabor, tomándolos como postre al término de la comida. En el estudio de televisión de un famoso cocinero, los higos en forma de mermelada para una tarta de queso impregnan la pantalla de ese sabor que anuncia el término de una estación.

Un sabor común, como el aire que nos rodea, que no nos hace estar en el mismo lugar con las mismas posibilidades de respirar, pero no todos de la misma manera. Algunos se empeñan en seguir matando. Otros en seguir reivindicando sus genes en la prole, en un mundo ya tan líquido y diverso que lo importante es quién cría y no el que concibe.

En la novela no aparecen grandes platos de alta cocina de vanguardia, sino más bien guisos, como los que toma la familia bodeguera (patatas con chorizo, carrilleras de cerdo al vino tinto) o el que intenta hacer la desmemoriada abuela de chipirones en su tinta. Eso sí, me quedo con el menú que el chef Alberto Parra ofrece en su casa para celebrar el cumpleaños de su novia:

-Higos rellenos de foie-gras.

-Txangurro gratinado sobre crema de coliflor y anises.

– Bacalao fresco salado.

Malvices guisadas con puré de pera Williams y canela.

-Torrija de mango a la cassia.

Aromas y sabores de novela negra gastronómica con firma de chef, Xabi Gutiérrez. Si quieres saber más de él, te propongo que leas esta entrevista hecha para The Foodie Studies.

 

Pamplona Negra es un festival del género y podría alabarlo porque innova en temática, porque tiene una afluencia de público importante, por la buena energía de Carlos Basas (su organizador) o porque ha sido el primero que me ha llamado para hablar de la gastronomía como herramienta literaria en la novela negra. Sin embargo, lo que más me ha fascinado ha sido que los escritores navarros fueron los cocineros de la cena de despedida del festival el sábado.

Caldereta de cordero firmada por Aitor Iragi, sorbete de cuajada con marca de katana de Carlos Bassas y crujientes de txistorra traída por Jon Arretxe y hecha fritura por el granadino afincado en Navarra Alejandro Pedregosa. Podría faltar un poco de sal al guiso, podría ser que estuviera más líquido de lo que se le presupone a un sorbete o podría faltar un poco de cocción a la txistorra, pero qué gozada ver a los escritores cocineros.

 

Además de disfrutar con este proceso creativo de los escritores en la cocina también fue momento de pensar. Podría repetir lo que tan bien han contado los periodistas acreditados o los documentos que Javier Manzano ha grabado (¡Vaya trabajazo más bueno oiga!), pero como he estado en el backstage les revelo lo que se oyó:

 

– ¿Qué hay que hacer para vender 100.000 ejemplares? (La respuesta más aplaudida: un libro de autoayuda, pese a que ya sabemos que hay a quienes nadie puede «autoayudar»).

-¿Por qué no tienen dotación económica los grandes premios de novela negra? (La pregunta queda en el aire).

-¿Cómo será una pareja en la que los dos sean escritores? (La respuesta solo al alcance para aquellos que no teman arriesgar su ego).

Pronto más gastronomía y novela negra en Tenerife Noir y en Cuenca con Encuentro de Novela Criminal las Casas Ahorcadas. También más preguntas y quizás alguna respuesta.

 

 

 

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Este sábado 23 de enero a las 13.15 en el hotel Tres Reyes de Pamplona, hablaré del Noir, food&drink: instantes gastro-alcohólicos en la novela negra en el contexto de Pamplona Negra. Será un momento para recordar el buen sabor de boca de algunas novelas, la amargura de otras e incluso la resaca tras una lectura.

También será un momento de revelar cómo la utilización de la comida y la bebida en las novelas no es algo banal, sino que se trata de una potente herramienta que utilizan los autores como instrumento dramático.

La relación entre gastronomía y novela negra se establece desde la creación del género. Se trata de una novela con una dosis de amarga realidad que se refleja en unos personajes reales que comen lo que pueden y beben más de lo que deben: la eterna paradoja del perdedor.

Con la entrada en juego de una nueva novela negra con sabor mediterráneo y personajes conocidos como Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán al que seguirán los creados por el italiano Camilleri o por el griego Márkaris, el aroma a guiso y el alcohol del vino inundan el género. Incluso la guía Michelin asoma con los franceses Manchette, Izzo y Houellebecq.

La novela que llega del Norte de Europa es más de restaurante y plato preparado y más de café y pitillos que de alcohol, aunque no faltan ni vino ni whisky ni en las novelas del archiconocido Larsson ni en las del querido y también desaparecido Mankell.

Pero es la novela negra americana la que no deja de sorprender. Chester Himes y la cocina afroamericana de Harlem, los sabores italoamericanos, cubanos o asiáticos de Dennis Lehanne o el ambiente grasiento de Drive de James Sallis.

Y dentro del género se encuentra incluso un subgénero que palpita con fuerza los últimos años y que llamamos la novela negra gastronómica. Es novela negra ambientada en el mundo de la cocina. Y a ella pertenecen El chef ha muerto, Un cadáver entre plato y plato o El aroma del crimen.

Para amenizar estas palabras el cocinero Enrique Martínez dará su visión comestible de la novela negra en forma de tapas y vinos.

Así que no vemos en Pamplona Negra, este sábado 23 de enero a las 13.15 en el hotel Tres Reyes con el show Noir, food&drink: instantes gastro-alcohólicos en la novela negra en el contexto de Pamplona Negra.

 

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Xabier Gutiérrez ha sido durante años la mano derecha de Juan Mari Arzak. Ha sido parte importante en el desarrollo de nuevos platos y también divulgador de la cocina a través de sus libros. En su última incursión editorial ha apostado por un género que estrenamos con El chef ha muerto y que denominamos «novela negra gastronómica».

Con El aroma del crimen, Xabier se adentra en la muerte a través de la cocina no solo de forma física sino también poética a través de su aroma y sabor.

Sin embargo, lo que más me ha gustado de este libro es el juego de metáforas culinarias para conseguir fotografiar instantes únicos en la novela. Aquí va un ejemplo:

«El sonido del teléfono atravesó el momento como un cuchillo afilado se desliza por el borde de un tomate, asesinándolo».

En esta novela, el autor nos regala también alguna receta y un truco para tener los salmonetes más crujientes y sexuales: freír la cabeza a más temperatura que el cuerpecito.

El aroma del crimen está plagado de ideas culinarias, de cocina creativa y de vanguardia. En esta obra el autor explica desde el fractal (un plato que se sirvió en el restaurante Arzak) hasta la utilización de un cereal bastante desconocido y que personalmente adoro como es el fonio. La elaboración de una carta, el trabajo de un restaurante desde dentro y las vidas de algunos cocineros son parte de esta novela, que, por cierto, tendrá secuela.

 

Xabi Gutiérrez y Yanet Acosta. Foto: Jorge Gutiérrez Narro

Xabi Gutiérrez y Yanet Acosta. Foto: Jorge Gutiérrez Narro

En el escenario de Apunto en Gourmets. Foto: Jorge Gutiérrez Narro

En el escenario de Apunto en Gourmets. Foto: Jorge Gutiérrez Narro

Nos cocinan. Foto: Jorge Gutiérrez Narro

Nos cocinan. Foto: Jorge Gutiérrez Narro

El género negro es género y el género negro gastronómico, comienza a ser subgénero. Desde la publicación en 2011 de El Chef ha muerto, las novedades de novela negra siempre han incluido títulos en los que la acción se desarrolla en las cocinas de restaurantes. Este es el caso de Un cadáver entre plato y plato o las de Gran Soufllé de Lola Piera y Fabada a muerte de Falsarius chef. Ahora se suma Xabier Gutiérrez, cocinero y escritor, a este subgénero con El aroma del crimen, la primera de la que espera sea una saga con su oficial instructor de la Ertzaintza, Vicente Parra.

En el Salón de Gourmets, que se celebra estos días en Madrid, nos subimos a los escenarios de la librería A Punto, junto con Miguel Ángel Almodóvar, que acaba de publicar la historia negra de la Última cena, para hablar de literatura y gastronomía, pero sobre todo de divulgación de la gastronomía a través de cualquier herramienta.

Alfredo Menéndez y Yanet Acosta en Las Mañanas de RNE. Cena negrocriminal de fin de año. El chef ha muerto

Alfredo Menéndez y Yanet Acosta en Las Mañanas de RNE. Cena negrocriminal de fin de año. El chef ha muerto

El periodista Javier Manzano me ha invitado hoy a preparar una cena para celebrar este fin de año criminal en Las Crónicas del Vértigo de Las Mañanas de RNE y este es el menú que he propuesto:
Comienzo de aperitivo con un Singapur Sling, un cóctel que se elabora con 6 partes de ginebra, 2 partes de brandy de frambuesa, 2 partes de zumo natural de limón, 1 cucharada de granadina y soda. Es el que tomaba Carvalho en los Pájaros sobre Bangkok. Esa es mi novela favorita de MVM porque es un ida y vuelta entre Tailandia y España. Además, el cóctel es una de las piezas fundamentales de la novela negra y de cualquier gran cena que se precie.
Después tomaría como entrante una tapa inspirada en Fatal de Manchette de salchicha acompañada de chucrut y champán, mucho champán. Es la bebida más festiva y, sobre todo, los grandes gourmets saben que se debe beber durante toda la comida y no solo al final para brindar. Las mejores asesinas también lo saben.
Continuaría con una pasta como primer plato. Unos deliciosos espaguetis con erizos de mar, made in Salvo Montalbano en La forma del agua de Camilleri.
Y de plato fuerte es inevitable una hamburguesa, y es que es lo que más aparece en novelas negras grandes como El largo adiós de Chandler. También es el plato que cena Guy con un extraño en Extraños en un tren de Patricia Highsmith.
De postre, elijo unos melocotones en almíbar con helado, recordando una novela brutal «Todos muertos» de Chester Himes. Además, ese fue el último plato que sirvió elBulli en su despedida como homenaje a Escoffier y su melocotón melba y que el resto de los mortales lo tomamos con flan y es ni más ni menos que un pijama.
Para acabar un » café fuerte, amargo, ardiente, cruel, depravado» como diría Marlowe, para pasar al más seco de los sueños húmedos de Ven Cabreira, un White Horse sin hielo y un tabaco puro de La Palma.
Y aquí está la cena negrocriminal que les propongo para acabar el año. Alejen los cuchillos o acérquenlos, depende.