Las novelas pueden ser premonitorias, sobre todo, las de ciencia ficción. Acabo de leer ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick. En ella se inspiró Ridley Scott para rodar Blade Runner.
Se sitúa en el año 1992 (el futuro para cuando el escritor la publicó en 1968).
La Tierra es un lugar abandonado, lleno de polvo, contaminación radioactiva y kippel, donde la escasa comida auténtica es en lo primero que piensa J.R. Isidore para seducir a Pris, sin saber, que ella es androide.
El olor de los melocotones y el queso fluctuaba en el interior del coche y llenaba de placer su nariz. En esos raros productos había invertido dos semanas de salario, que había pedido adelantadas al señor Sloat. Además, debajo del asiento, donde no podía rodar ni romperse, había una botella de Chablis. Isidore la había tenido guardada en un depósito del Bank of America sin venderla pese a las ventajosas ofertas recibidas para el caso de que alguna vez apareciese una chica.
¿Puede ser comer ciencia ficción? Recuerdo el último episodio de Japón y prefiero pensar que El Chef ha muerto.