En 1951 la escritora belga Marguerite Yourcenar publicó Memorias de Adriano, una novela en la que se pone en la piel del emperador romano Adriano en los últimos días de su vida.
Adriano murió sin descendencia y lo explicaba así:
“No tengo hijos y no lo lamento. Me he reprochado a veces no haberme tomado el trabajo de engendrar un hijo que me hubiera sucedido. Pero esa vana nostalgia descansa en dos hipótesis igualmente dudosas: la de que un hijo nos sucede necesariamente y la de que esa extraña mezcla de bien y de mal, esa masa de particularidades ínfimas y extrañas que constituyen una persona, merezca tener sucesión. He empleado lo mejor posible mis virtudes, he sacado partido de mis vicios, pero no tengo especial interés en legarme a alguien”.
Los momentos más potentes de la novela son aquellos en los que Adriano reflexiona sobre la enfermedad y la muerte.
«Mi muerte me parecía mi decisión más personal, mi supremo reducto de hombre libre. Me engañaba. Comprendí que para el pequeño grupo de amigos abnegados que me rodean, mi suicidio parecería una señal de indiferencia, acaso de ingratitud. No quiero que su amistad conserve esa imagen irritante de un supliciado incapaz de soportar la tortura».
Adriano sentencia:
La meditación de la muerte no enseña a morir y no facilita la partida.
Por ello,…tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.
¡Me siento cada vez más identificada con tus entradas!.
-¿Qué porqué?. Sencillo, por entradas como ésta: ¡me pasé parte de mi primera juventud, siendo adicta a las novelas de Yourcenar!. Las devoré. ¡Todas!.
Me enamoré de su forma de recrear la historia, convirtiéndome en una auténtica «enganchada» a las andanzas de Alejandro, sobretodo. Desde que, en tercero del antiguo BUP, nuestro profesor de francés (sí, soy de la generación en la que se estudiaba francés en vez de inglés como idioma imprescindible) se empeñó en hacernos leer la vida de este emperador romano y nos gustó tanto que, en el viaje de estudios, por unanimidad, decidimos cambiar la ruta del viaje a Italia e ir a visitar la Villa Adriana en vez de pasear en góndola veneciana!.
¡Es increíble! que, para hablar de cómo encarar la propia muerte, rescates en este blog de gastroliteratura negra, precisamente, la vida de Adriano. ¡¡Qué acierto!. Una historia llena de sabias reflexiones sobre la vida, la muerte y sobre el amor.
Creo que fue también, probablemente, la primera vez que leí una historia de amor homosexual. La adoración de Adriano por Antinoo me pareció sublime. Me encandiló esta novela y fue un descubrimiento que me marcó.
¡Ay, qué tiempos!. Gracias por provocarme este torrente de recuerdos agradables. ¡Ahora mismo, me dispongo a buscar la novela entre los libros del ayer y a sacar viejos álbums de fotos!.
Pd.: siento si me he extendido excesivamente en el comentario, yéndome por las ramas de la nostalgía, pero es que…¡has tocado la fibra exacta!.. Procuraré más brevedad en los siguientes