Aún con el sabor a mar en la boca quiero compartir mi última lectura: El espejo del mar de Joseph Conrad. Es un libro que en tierra no me había llamado la atención pero en estos días de travesía veraniega me ha llegado hasta el tuétano.
Conrad es el escritor de los amantes del mar y de la navegación, pero también de quienes comenzamos travesías en las que en cada singladura nos acercamos más al centro de uno mismo.
En El espejo del mar Conrad comienza hablando de la Recalada y la Partida. Las escribe en mayúsculas, porque la vida es Recalada y Partida. Y a partir de ahí sus frases hablan por sí mismas:
«En ningún sitio se sumergen en el pasado los días, las semanas y los meses más rápidamente que en el mar. Parecen quedar atrás con tanta facilidad como las ligeras burbujas de aire en los remolinos de la estela del barco».
«Un ancla no puede jamás levarse si antes no se la ha largado».
«Un barco no es un esclavo. No hay que forzarlo en una mar gruesa, no hay que olvidar nunca que uno le debe la mayor parte de sus ideas, de su habilidad, de su amor propio».
«Los barcos quieren ser mimados. Hay que mimarlos al gobernarlos y si se pretende gobernarlos bien antes hay que haberlos complacidoen la distribución del peso que les pide uno que lleven a través de las venturas y desventuras de una travesía».
«Los puertos no son buena cosa…se pudren los barcos y los hombres se van al diablo».
«Las naciones de la tierra se rigen eminentemente por el miedo: miedo de un tipo que un poco de oratoria barata convierte fácilmente en furia, odio y violencia».
«No somos sino nosotros mismos, regidos por la audacia de nuestras mentes y los estremecimientos de nuestros corazones, lo artesanos únicos de cuanto portentoso y novelesco hay en el mundo».
«Lo único que conviene a ciertas situaciones es el silencio».
«Habíamos estado demasiado absortos en la contemplación de nuestro sino para prestarnos atención los unos a los otros».
«Encerrados en la morada de las ilusiones personales, treinta siglos de la historia de la humanidad parecen menos, al mirar hacia atrás, que treinta años de nuestra propia vida».
«Incluso ahora, cuando, habiéndole yo también vuelto la espalda al mar, alumbro estas pocas páginas en el crepúsculo, con la esperanza de encontrar en un valle interior la callada bienvenida de alguien paciente dispuesto a escuchar».