El escritor estadounidense James Sallis escribió en 2005 Drive. Yo la he descubierto con su versión cinematográfica. Y con su lectura he disfrutado de lo lindo. Es literatura negra en esencia: muerte, vida cotidiana, filosofía de la supervivencia, frialdad y, a veces, arrepentimiento. Se lee de una sentada y te deja impregnado del ambiente durante horas.
Y el escritor para conseguir el ambiente del actual Broadway se apoya, continuamente, en la gastronomía. Hamburguesas y platos latinos se combinan con el espíritu gourmet de un guionista que escapa de su realidad con los vinos de la variedad merlot procedentes de Chile o los australianos mezcla de merlot y sirah.
A Driver le gusta el sabor de la yuca y el cerdo asado a fuego lento del Gustavo’s; los burritos con machaca montados sobre rodajas de tomate y jalapeños; arroz y gambas y tortillas con frijoles de los restaurantes salvadoreños de Broadway; enchiladas verdes y patatas fritas con salsa picante; y “la maravillosa comida de carretera del país” de bistecs con huevos fritos, rosbif, redondo de ternera y pollo frito para desayunar.
En la calle donde está a punto de cometerse uno de los robos es “el ajo, el comino, el cilanto y el limón de una tienda de falafels « los que aromatizaban la zona.
También aparece el cátering de los rodajes cinematográficos en los que
“Había tanta comida que habría podido alimentarse una ciudad de tamaño medio. Fiambres, quesos, fruta, pizza, canapés, salchichas de cóctel con salsa barbacoa, donuts y panecillos dulces y bollos, sándwiches, huevos duros, patatas, salsa picante, vinagretas, barritas de cereales, zumos, agua mineral, café, té, leche, bebidas energéticas, galletas y tartas”
Y en un viaje a la infancia, el sabor también se queda en la memoria de Driver.
“A Driver no le sorprendió que, una noche, mientras cenaban, su madre se levantara y se acercara a su viejo con un cuchillo en cada mano, el del pan y el de trinchar carne, como si fuera una ninja con delantal a cuadros rojos. Cuando quiso dejar la taza en la mesa, ella ya le había cortado una oreja y le había dibujado una gran boca en el pescuezo. Driver lo vio todo y siguió comiéndose el sándwich de paté con mermelada de menta. Las dotes culinarias de su madre no daban para más”.
Mejor recuerdo de la infancia le deja el sabor de la cocina de la casa de su amigo Jorge en Tucson con frijoles refritos, tortillas caseras, burritos y guisode puerco.
Y Driver aprendió a cocinar porque “No he tenido otro remedio”. Y sedujo a la chica rallando parmesano con unas salchichas italianas preparadas para cortar y un sauvignon blanco en la copa, “bueno y nada caro”. Sin embargo, el whisky Buchanan, el favorito de los latinos, es su bebida.
Cuando toca compartir mesa con un rico, elige pato (“¿Había comido pato alguna vez en su vida?”).
Y hasta el asesinato tiene un tic gastronómico:
«Driver dejó la caja con la pizza grande de pepperoni, doble de queso y sin anchoas sobre el pecho de Nino.
La pizza olía bien.
Nino no».
Segunda crítica que leo hoy sobre esta película: ¡irremediablemente: voy a tener que ir!. Gracias.
[…] La gente que se reunió en El Dinosaurio para escuchar la charla me comentó luego que había alucinado porque, normalmente siempre se espera que la cocina aparezca en las novelas en forma de recetas o porque el personaje come algo, pero no habían caído en la cuenta de que la mayor parte de las veces el autor lo utiliza para dar sentido a una acción o a un personaje. En otras ocasiones identifica estados de ánimo, refleja una sociedad o hace de contrapunto de un hecho violento. […]