De lo gastronómicamente atractivo a lo repulsivo. Así se pueden mover los escritores de novela negra y, como ejemplo, esta inquietante y cruel receta de pisco sour de Cristina Fallarás en Las niñas perdidas:
Quien haya decidido al fin matarlo debe adquirir el hámster en un puesto callejero (…).
Habiéndolo adquirido, se requiere solamente la mano derecha, una botella de pisco peruano, el zumo de un limón y la clara batida de un huevo pequeño, cotidiano.
Mézlense los ingredientes añadiendo una cucharadita pequeña de azúcar y sírvanse en copa de jerez o similar. En caso de tenerla a mano, añádanse unas gotas de angostura.
Y una vez con la copa en la mano izquierda, si uno es diestro, abrácese la pequeña bestia con la derecha hasta sentir su latido entero en ella. Con la panza del hámster en la palma y el pulgar sobre su lomo, procédase a recorrer su espalda con dicho dedo desde las traseras hasta la cabeza. Una vez realizado tal masaje las veces suficientes como para sentir al animal cercano (…) colóquese el pulgar en el punto exacto en el que la cabeza se distingue del tronco. Allí se halla la última vértebra cervical. Con un trago seco del pisco sour, ejecútese un gesto brusco del dedo que sirva para separar la cabeza del tronco del animal.
Láncese el cadáver al cubo de la basura.
Sólo apto para psicópatas. En fin, El Chef ha muerto.