Hablar de Ágatha Christie en los círculos del género negro es como mentar al diablo. Se la considera una escritora burguesa, con escritura diarréica y con tramas poco creíbles. El caso es que, sin embargo, sus novelas se siguen vendiendo y reeditando en todo el mundo y es raro quién no haya tenido una entre sus manos, ya sean aficionados o no al género negro. A mí me cayó una en un verano. Creo que tenía 14 años y que se titulaba Poirot en Egipto.
El otro día, en la Cuesta de Moyano de Madrid me saltó a los ojos su Autobiografía y la compré siguiendo un impulso. En ella escribe lo que le da la gana acerca de su vida que, efectivamente, fue la de una burguesa. Sin embargo, hay muchos aspectos que me han llamado la atención, como la inmensa libertad con la que actuó toda su vida, independientemente de ser mujer.
La educación
Su madre y su hermana le leían historias de Sherlock Holmes. La primera, El carbunclo azul. También leían a Walter Scott y Dickens. Junto a su hermana leyó la primera novela policiaca El misterio del cuarto amarillo de Gaston Le Roux. Luego, las historias de Arsenio Lupin de Maurice Leblanc.
No estudió en la Universidad, porque en aquella época las mujeres recibían otro tipo de educación que Christie ensalza como la idónea. En casa, estudiaba lo que quería, como piano, canto y aritmética. Después pintura, bordado, francés. Más tarde fue a un colegio como interna, pero nunca le preocupó tener ningún certificado o diploma. La pieza más importante en su educación fue su madre, para quien sus hijas podrían hacer de todo:
—Claro que puedes hacerlo. ¿Por qué no? Si siempre estás pensando que eres incapaz, entonces nunca lo harás.
Quizás por ello, una de sus aficiones fue la natación en el mar, caminar campo a través o hacer surf. También conducir su propio coche fue algo que la apasionó, así como viajar. Con su primer marido dio la vuelta al mundo. Tras divorciarse viajó sola a Oriente Medio en el mítico Orient Express y cuando se casó por segunda vez con el antropólogo, viajó y vivió en muchas ciudades y pueblos de Oriente Medio.
«Lo que ha permanecido más claro en mi mente son los lugares. He estado allí. Siento un estremecimiento de placer; un árbol, una colina, una casa….».
«Me parece que la enseñanza es satisfactoria solo si suscita una respuesta. De nada vale la mera información, pues no aporta nada distinto de lo que ya se tiene».
«No hay mayor error que ver u oír las coasas a destiempo. Aprender a Shakespeare en la escuela es una barbaridad, está escrito para verlo en escena».
«Nunca se es demasiado viejo para aprender. Siempre queda algún aspecto sin considerar».
La escritura
«Me ha costado expresarme. Probablemente ésta es una de las causas que me han convertido en una escritora».
En su autobiografía relata cómo empezó a escribir:
«Un día desapacible de invierno estaba en cama, convaleciente de la gripe. Me aburría. Había leído muchos libros, intentando trece veces acabar un solitario y ordenado un rompecabezas. Estaba dándome una mano de bridge, cuando asomó mi madre.
—¿Por qué no escribes un cuento?»
Y escribió «La casa de la belleza». Después escribió otros cuentos y una novela que envió a un escritor amigo de la familia, quien tuvo la delicadeza de darle unos estupendos consejos que todavía muchos podrían seguir:
«Has escrito algunas cosas estupendas; tienes grandes dotes para el diálogo, deberías cultivarlo para que sea natural. Procura suprimir toda moralización; te gustan mucho, pero resultan aburridas. Deja sueltos a los personajes para que hablen por sí mismos, en lugar de sugerirles lo que tienen que contar y explicar al lector lo que quieren decir. Que lo juzgue quien lo lea. Presentar dos tramas es un defecto propio del principiante. Pronto te dolerá malgastar así los argumentos».
Para Christie, sin embargo, escribir no era más que una afición creativa, «la sucesión natural al bordado de cojines». De hecho, casi siempre que le preguntaban cuál era su profesión escribía «mis labores»:
«La creatividad se maniefiesta de muchas formas: bordando, cocinando platos especiales, dibujando y esculpiendo, componiendo música y escribiendo libros y cuentos. La única diferencia es que se logra más fama de una forma que de otra».
Su primer trabajo fue en el hospital durante la I Guerra Mundial. De enfermera pasó al dispensario y se formó para ello en venenos, medicinas y otros ungüentos. Y fue allí donde se le ocurrió por primera vez escribir una novela policíaca. Y en esa primera novela, El misterioso caso de Styles, aparece ya el detective belga Hércules Poirot. Fue la primera novela que le publicaron.
En ese primer contrato, se comprometió sin saberlo, a escribir cinco más y a percibir unos mínimos ingresos por sus derechos de autor: «Nada de eso significaba gran cosa para mí: lu único importante es que se publicaría».
Para crear personajes Agatha recomienda: «Alguien a quien ves en un tren o en un tranvía es un buen punto de partida, porque a partir de ahí puedes crear un personaje a la medida de tus deseos». No así, si te inspiras en alguien a quien conoces.
«El tema amoroso es una pesada carga en una novela policíaca. El amor en mi opinión debe dejarse para las novelas románticas. Forzar una intriga amorosa en lo que debe ser un proceso científico es apartarse del camino recto».
«Un autor no es una persona competente para criticar».
«Es evidente que existe una longitud adecuada para todo. Para mí, la extensión apropiada de una narración policíaca es de 50.000 palabras».
El estómago de Agatha Christie
En su Autobiografía, Agatha Christie, no para de hablar de comida. Recuerda desde las primeras comidas en su casa hasta las últimas. Las más deliciosas y las más asquerosas. Las que le llevaron a tocar el cielo y las que casi le envenenan. Es una vida de recuerdos gastronómicos.
Recuerda que en su casa sus padres ofrecían durante su infancia cenas fastuosas a sus invitados. Eran menús para 10 personas y un menú podía comenzar con una sopa o un caldo y, luego, rodaballo o solomillo. Después un refresco de fruta y tras él algo inesperado como langosta a la mayonesa. Como postre, flan, tarta rusa y fruta.
En Navidad, el banquete lo componía una sopa de ostras, rodaballo, pavo guisado y asado, solomillo, budín de ciruela, pasteles, tarta y trufas (Agatha Christie relató este menú en uno de sus relatos: El pudding de Navidad).
«No recuerdo haberme puesto mala o tener un cólico al día siguiente. Comía a dos carrillos».
Estos eran los buenos momentos, pues cuando la economía de la familia decayó, la comida tuvo que acomodarse.
«No hay duda de que la nata es lo que más me ha gustado, me gusta y me gustará». Aunque se lamenta «Desgraciadamente ya no se encuentra aquella nata, al menos como era antes, cuando se quitaba en capas de la leche caliente y se ponía en un tazón de loza con su lado amarillo arriba».
En Canarias
Tras su divorcio, Agatha Christie pasó una temporada entre Tenerife y Gran Canaria, donde escribió El misterio del tren azul. Esta es la primera novela que escribe según ella de forma profesional, pues es la primera que hace sin ganas. Estaba bastante deprimida y escribía sin alegría ni inspiración, solo le movía ganar algo de dinero. De Tenerife asegura que no soportaba la bruma de cada tarde ni las playas volcánicas en pendiente, aunque la Orotava, donde estaba su hotel, le pareció «una ciudad encantadora con flores maravillosas que crecían por todas partes». Sin embargo, Las Palmas de Gran Canaria le fascinó.
Sobre la mujer
«La situación de las mujeres ha empeorado con el correr de los tiempos; nos hemos comportado como unas tontas. Hemos gritado que nos dejen trabajar como a los hombres, quienes han aceptado de mil amores, pues no son tontos. ¿Por qué sustentar a la esposa? ¿Por qué no se sustenta ella sola? Quiere hacerlo, pues que lo haga. Es triste, que después de haber creado nuestra imagen de sexo débil, nos hayamos colocado al mismo nivel que las mujeres de tribus primitivas que trabajan todo el día en los campos, andan kilómetros…mientras que el suntuoso y ornamental varón abre la marcha sin más carga que un arma mortal para defenderlas».
Una gran frase
«La medicina, como todo en este mundo, depende en gran parte de la moda».
Entendiendo
Hace mucho que no leo una novela de Agatha Christie. Creo que después de aquel verano pude haber leído una o dos más, porque ciertamente, el ambiente en el que están situadas aburre bastante al lector contemporáneo. Sin embargo, su figura me parece reseñable. En una época en la que las mujeres se ocultaban tras pseudónimos ella firma con su propio nombre. Esto fue una idea del editor, puesto que ella misma ya tenía su nombre de hombre para poder publicar. Sin embargo, fue un acierto dejar el de mujer puesto que sonaba «más comercial». Ella es casi uno de los resquicios de la sociedad victoriana, y aunque vivió las dos guerras mundiales y vivió durante el siglo XX, lo que transmite en su Autobiografía son unos principios muy del XIX. La literatura, sobre todo la escrita por mujeres, está donde está gracias a que otras mujeres burguesas o no, más o menos cursis, abrieron camino. Por eso, trascendiendo su obra, me ha fascinado llegar a entender mejor a esta reconocida escritora desde su educación, escritura y, por supuesto, su robusto estómago inglés.