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Vivir de noche tiene sus normas, dice Dennis Lehane en su última novela. El género negro, también y él las aplica de maravilla. Ha sido mi libro de estas vacaciones y me ha dejado el paladar con el gusto a buen ron, a arroz con pollo y a una historia que suena cada vez más cercana: la crisis del 29 en Estados Unidos y la Ley Seca.

Un gánster, que comenzó en la adolescencia cuando aceptó dinero del diario Globe para incendiar un puesto de venta de la competencia, el Standard, se mueve de Boston, tras pasar dos años en la cárcel, a Tampa para controlar el mercado del ron. Allí se relaciona con los cubanos y allí se hace el rey del mambo. Crueldad, venganzas y matanzas, pero sobre todo amor, porque esta novela gira en torno a su enamoramiento de dos mujeres, que son quienes de verdad hacen que su vida vaya en un sentido u otro.

Cuando se enamora de la primera, el gánster para el que trabaja le dice:

-¿Sabe cocinar?

-Sí -afirmó Joe, aunque la verdad es que no tenía ni idea.

-Eso es importante. Da igual si lo hacen bien o mal, lo que cuenta es que se pongan.

En la mesa se puede encontrar el mayor placer, pero, cuando se junta a un padre poli, a su hijo gánster y a su novia de dudosa reputación, la tensión es el plato principal. La comida les da un respiro:

«Llegaron a la mesa los segundos platos, y los tres dedicaron los siguientes veinte minutos a comentar la calidad de la carne, de la salsa bearnesa y de la nueva moqueta del restaurante».

Según llega a Tampa le llevan a tomar una limonada y:

«No estaba seguro de que fuera la mejor que jamás había probado, pero aunque lo fuese, no dejaba de ser limonada. No era fácil entusiasmarse con una puta limonada».

La llegada a este nuevo lugar le introduce en nuevos sabores, los cubanos de la ropa vieja, las judías negras, el arroz con pollo y el arroz amarillo, y en un nuevo lío:

«La primera vez que hicieron el amor fue como un choque de trenes. Se crujieron mutuamente los huesos, se cayeron de la cama y se llevaron una silla por delante y, cuando él la penetró, ella le clavó los dientes en el hombro con tal fuerza que le hizo sangrar. La cosa duró menos de lo que se tarda en secar un plato».

El manejo del humor y la muerte de Lehane se nota en frases como esta:

«Tim Hickey se cortaba el pelo una vez a la semana en Aslem’s. Un martes, algunas de sus guedejas de pelo se le metieron en la boca cuando le dispararon en la nuca».

Las notas históricas están bien salpicadas en la novela, que habla de Sacco y Vanzetti, y de una crisis que se llevó por delante a 13 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos y en la que cerraron más de 300 bancos. Y en esos momentos, solo el mercado del vicio permanecía boyante.

«Mientras el resto del país hacía cola por un plato de sopa y pedía limosna, los ricos seguían siendo ricos. Y ociosos. Y aburridos».

Y para acabar, otra frase muy actual dicha por el gánster:

Un prestamista le parte la pierna a un tío porque no paga sus deudas, y un banquero le quita la casa a alguien por el mismo motivo. Tú crees que son diferentes, como si el banquero se limitara a hacer su trabajo y el prestamista fuese un criminal. Yo prefiero al prestamista porque no intenta parecer otra cosa.