Te dejas llevar por el ritmo de la actividad y se te olvida lo fundamental: comprar en el mercado para afrontar un día de fiesta en Madrid. Y, encima, como es festivo va y te sorprende uno de tus amigos diciéndote que te lleva una botella de vino para el almuerzo, osea, que se invita a comer a tu casa.
Segundos de pánico preceden a una solución certera: el chino de urgencia de la esquina de la calle, es decir, pequeño ultramarinos regentado por un chino, paquistaní, indio o srilankés que desconoce los horarios comerciales y las fiestas de guardar (hay que ganarse la vida, y, encima, hace un servicio a la humanidad). Mirada rápida. Frutas y verduras ruegan desesperadas: «Llévame que me marchito». Tú injustamente te haces con las más frescas y tiesas: unas acelgas y unos espárragos.
Llegas a casa. El amigo auto-invitado al límite de tocar el timbre. Una nuez de mantequilla se deshace en el fondo del caldero ajena a la prisa que tienes. Cortas media cebolla y la picas en cuadraditos. La dejas que se poche lentamente, total, aún queda… ¡un cuarto de hora!. Añades una taza de arroz y remueves con la cuchara de madera. El agua hierve a la vez en el calentador para el té. Agregas al arroz las hojas de las acelgas lavadas y cortadas (no hay tiempo para cocerlas a parte, ni tampoco es necesario). Sigues removiendo, mientras se marchitan, ahora frente a tus ojos en el fondo del caldero. Una vez conseguido, añades un chorro de agua recién hervida, remueves y esperas a que se consuma. Vuelves a añadir otro chorro de agua y así. Suena el timbre. Llega el amigo.
Besos, palabras y ¡el arroz! Sigues removiendo y echando otro poco de agua. El amigo abre el vino. Sigue hablando. Pierdes la concentración y se te desatan los nervios: ¿hasta cuándo tienes que estar echando agua? Recuerdas. Hasta cuando el arroz esté en su punto. Sólo consiste en probarlo cuando lo veas un poco más regordete.
Rallas un poco de queso parmesano y justo antes de apagar el fuego y de que se lo coma el amigo, lo añades al arroz. Tras unos segundos con los últimos movimientos de cuchara lo apartas del fuego. Ahora toca asar en la sartén con un chorrito de aceite de oliva las puntas de espárragos verdes.
Pones la mesa, bebes un trago de vino. Todo bajo control. Plato único, pero aparente: un risotto canalla con lo que se puede pillar en el chino de urgencia en un día de fiesta.