Anoche vi en La 2 el documental sobre Álvaro Cunqueiro. Siempre creí que sus escritos gastronómicos recogidos en La cocina cristiana de Occidente eran eruditos y que mostraban su sabiduría culinaria. Se me había pasado por alto lo más importante. En estos escritos, la gastronomía es sólo una excusa.
En este libro, editado en 1969 y en el que recoge «sin orden ni concierto» artículos de diferentes épocas de su vida, hay escritos incontenibles en los que lo importante es el viaje transversal a la literatura o a la historia o a la crítica social.
En «Habrá humanos supervivientes» hace una crítica severa a la censura con la excusa gastronómica. Según Cunqueiro, el último reducto de la libertad y la imaginación será «un puñado de gourmets dilucidando (…) el vino que les va a unas ostras de Arcade, y si el cantarelo cocido al vapor del champán tolera o no el ajo y el perejil». Y esto no es una disyuntiva superficial sino una metáfora porque por mucho que se coarte la imaginación y la libertad, siempre se puede pensar en lo que se quiere o puede comer.
Esta libertad también lleva al viaje, sin salir de la copa. En «Saludando el Canarias» vuela sólo con un vino hasta Icod de los Vinos, el pueblo en el que viví durante años, conocido por el drago milenario (aquel árbol que salía al lado de la cara de Galdós en los billetes de mil pelas).
El vino canario es excusa para repasar la obra shakesperiana en donde se halaga una y otra vez el vino de Icod, pero, sobre todo, para recordar que la Atlántida, la isla de la sociedad ideal, del conocimiento, se perdió «en un triste día y en una larga noche».
Y esta noche, Cunqueiro se ha ganado la etiqueta de «canalla», no sólo por astuto, sino también por fabulador y esas 8.000 pesetas que le cobró al Gobierno francés con la promesa de cambiar su imagen en la prensa española y que, por supuesto, nunca cumplió.
Por cierto, aquí está el artículo en el que Gabriel García Márquez denominó las descripciones gastronómica de Cunqueiro como «delirios de gallego». Fue publicado en El País el 11 de mayo de 1983.
[…] Pena que Cunqueiro, que en la novela resucita en la cabeza de un viejo profesor universitario, no hablara en esta ocasión de La cocina cristiana de Occidente. […]
[…] se entregan con más pasión”. Y entre sus favoritos destaca a los españoles Josep Pla y Álvaro Cunqueiro, así como al filósofo francés Jean François Revel, quien publicó El festín de las palabras. […]