Ir a un restaurante para mí es pasármelo en grande. Divertirme, reírme, pensar. Y eso sin la gente de sala es imposible. Un jefe de sala que te sonría, pero no en plan anuncio, sino desde la sinceridad. Que se interese por ti, pero no en plan políticamente y distantemente correcto, sino desde la empatía. Que participe de tu fiesta a través del guiño de la sonrisa. Que te guíe en conocimientos, pero nunca desde la soberbia ni desde el exceso de información, sino desde la naturalidad del que quiere aportar. Y que también se deje alimentar de otros conocimientos, pero no desde el solícito “Ah”, sino desde su propia curiosidad. Que no se note que está cuando llega el momento de silencio y reflexión y que aparezca como por casualidad en el momento que toca volver a festejar. Que comparta felicidad.
Por eso en la sala también se pregona: El Chef ha muerto. Y si no que se lo pregunten a Didier Fertilati y a Giovanni Mastromarino del restaurante Quique Dacosta.
¡Gracias!
[…] se esfumaría sin su gente de sala, comandada por el mago de la buena acogida y la elegancia Didier Fertilatti. Share this:TwitterFacebookMe gusta:LikeSé el primero en decir que te gusta esta […]