El mapa y el territorio de Michel Houellebecq (gastronomía como producto)

Publicado: 13/02/2012 en Literatura y gastronomía

Michel Houellebecq (como ya hizo Roberto Bolaño con 2666) ha superado la literatura de género negro con El mapa y el territorio. Lejos del clásico asesinato en la primera página, el escritor francés lo lleva al límite de lo más negro y sólo aparece en la tercera parte de su libro, en la página 239 (a 138 páginas del final).

Esta novela, premio Goncourt 2010, es, sobre todo, un brillante ensayo sobre el arte contemporáneo, la lasitud del ser humano y la sociedad de consumo. Y en este último punto, la gastronomía le sirve de ejemplo magistral.

-Sí dijo Olga, poco convencida. Pero soy una turista y quiero cocina franco-francesa.

(…)

Esto le dio que pensar y unos días más tarde propuso a la jerarquía (de la empresa Michelin) que hicieran una encuesta estadística sobre los platos que efectivamente se consumían en los hoteles de la cadena. Los resultados sólo se conocieron seis meses más tarde, pero validarían en gran medida su primera intuición. La cocina creativa, así como la asiática, eran unánimemente rechazadas. (…) Fuera cual fuera la región, los restaurantes que ostentaban una imagen tradicional o a la antigua se embolsaban cuentas superiores (…)

Cuando se atiende a las exigencias de la clientela, se desencadenan consecuencias a las que ni el mercado presta atención:

En el castillo de Vault-de-Lugny, las salchichas en el desayuno habían sido introducidas en principio para complacer los deseos de una clientela anglosajona tradicionalista, aficionada a un breakfast proteínico y graso; se había debatido la iniciativa en una breve pero decisiva reunión empresarial; los gustos aún inciertos (…) de aquella nueva clientela china habían inducido a conservar  esta línea. (…) y, de este modo Salchichas y Salazones Martenot, con sede en la región desde 1927, se libró de la declaración de quiebra.

La gastronomía en esta novela es además el indicador del paso del tiempo de una persona. Joven y con éxito, el protagonista Jed Martin disfruta con su amante del pollo con cangrejo de Limousin en un restaurante de moda dirigido por una pareja gay. De unas vieiras a la sartén con souflé de rodaballo a la alcaravea con nieve de pera en un restaurante de un hotel con encanto. Y, en soledad, de una botella de agua mineral noruega de lujo o de un Gewürzstraminer.  Pero termina sus días solo con productos lácteos y azucarados.

“La cercanía de la muerte torna humilde a un hombre”

comentarios
  1. Liacice dice:

    ¡Cómo disfruté de la novela!. Los premios cosechados, en esta ocasión, son mercecidísimos. Comparto tus apreciaciones sobre la relación e importancia de la gastronomía en la novela y también tu frase final: todos nos volvemos humildes al final. Por muy sibaritas que nos hayamos ido volviendo con la edad. Esta afirmación se reflejaba también muy bien en el libro de «Rapsodia Gourmet/ Golosina» de Muriel Barbery. El protagonista, el mejor crítico gastronómico del mundo, a la hora de su muerte, intenta recuperar el sabor que le proporcionó mayor felicidad y… ¡no lo cuento por si alguien que te sigue (o tú misma, aunque lo dudo) no lo ha leído. Me hizo reflexionar mucho sobre cuál sería el último manjar que desearía probar. Ambas lecturas (junto con la tuya, ¡porque… ¡por nada del mundo quisiera morir con un pulpo coleteando en mi garganta!) sireven de aliciente para pensar sobre esto. Y los tres libros son un lujo, al alcance de bolsillos en crisis.

  2. Yanet Acosta dice:

    Pues es una buena reflexión, Liacice. Particularmente creo que una última cena estaría hecha de recuerdos de sabores ligados a momentos de la vida, ¿no te parece? Yo, desde luego, no tendría estómago si hay que morir a la mañana siguiente. Eso sí, beber, bebería algo emocionante como un Oporto de cien años, para reconsiderar la manida frase de «no somos nada».

    • Liacicec dice:

      Ja,ja. Envidio lo de «no tener estómago para comer nada». ¡Ójala yo fuese así!. Pero mi parecer (y padecer, ahora que caigo) a lo largo de mi vida ha estado condicionado, a partes iguales, por un manido refrán popular: «el que come, escapa» y por la frase preferida de mi familia: «el morrete que no pare».
      Y me temo que, mi natural optimismo prevalecerá y hará que ambos lemas estén presentes hasta en mi antesala mortal. Seguro que hasta con más fuerza, con mayor razón, incluso en mi último hálito los recordaré y pediré un último bocado de… ¡Eso lo tengo que decidir!.
      Espero tener tiempo, mucho tiempo por delante para elegirlo, sin equivocaciones. Y, seguro, que lo devoraré con entusiasmo. ¡Glotona hasta el final!.
      Respecto a lo del bebercio como acompañamiento, secundo tu elección:¡un oporto con tanta solera es algo digno de quedarse en nuestro paladar final!.
      Y, cruzar la laguna, con un grado de ebriedad, me parece buena opción. Para olvidar la pequeñez (por cierto, que nunca fui tan consciente de ello como al ir a ver la exposición sobre los cuerpos plastinados. Realmente te das cuenta de que no somos más que un conjunto de tejidos, fácilmente reducidos, cortados, troceados,…).
      Disculpa la extensión (daría para un post o dos, un artículo, etc.) pero es que ¡me encanta el tema!.

  3. […] En El mapa y el territorio de Houellebecq, la gastronomía es el indicador del paso del tiempo de una persona. Cuando es joven y con éxito, el protagonista Jed Martin disfruta con su amante del pollo con cangrejo de Limousin en un restaurante de moda dirigido por una pareja gay. De unas vieiras a la sartén con souflé de rodaballo a la alcaravea con nieve de pera en un restaurante de un hotel con encanto. Y, en soledad, de una botella de agua mineral noruega de lujo o de un Gewürzstraminer.  Pero termina sus días solo con productos lácteos y azucarados. […]

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