La cataplana de cobre con fondo cóncavo mece los mejillones.
Sus conchas se desperezan con el vapor del dedo de vino que los abraza.
Su carne naranja y brillante se dilata.
Tan, tan.
A un lado y a otro.
Ella mira sus manos, sus dedos, sus torpes piernas llenas de varices, su flácida piel y, a golpe de cataplana, piensa:
“Es viejo, pero me gusta su mirada”.
¡Qué tentador e irresistible abrazo el de sus párpados!. Y el aroma a mar… Perfección lusitana.